Cómo ser feliz by Eva Woods

Cómo ser feliz by Eva Woods

autor:Eva Woods
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2018-05-29T00:00:00+00:00


Día treinta y ocho: Visita a un convaleciente

—¿Cómo está?

George negó con la cabeza. No parecía que hubiera dormido en toda la noche. Cuando Polly se desmayó mandaron a todo el mundo a casa para que pudiera descansar, pero Annie estaba tan preocupada que no había pegado ojo y había cogido el primer autobús de la mañana de vuelta al hospital.

Miró el oso de peluche que llevaba para su amiga y se sintió estúpida. Había intentado evitar los consejitos tipo «Mejórate», entre otras cosas porque sabía que Polly no mejoraría.

—¿Han dicho algo?

—Ni una palabra. Max está evitándome. Y mis padres… —Suspiró—. Están volviéndome loco. Entra, ¿quieres? Quizá se calmen si estás tú delante.

Annie lo siguió hasta el interior de la habitación y vio a Polly tumbada en la cama, su frágil cuerpo desapareciendo entre las sábanas y el camisón del hospital, conectada a varias máquinas. Un monitor cardíaco. Una máscara para respirar. Una vía. Annie había estado suficientes veces en el hospital para saber que cuantos más aparatos te conectaban, peor era el pronóstico.

Valerie y Roger estaban sentados uno a cada lado de la cama, discutiendo en voz baja.

—¡Está enferma, Valerie!

—Es lo que ella quería. Y estaba perfectamente.

—¡No estaba perfectamente! ¿Por qué te niegas a aceptar la realidad? Polly se muere, George es… lo que es y…

—¡George está confundido, Roger! ¡No sabe lo que quiere! No sé ni cómo te atreves a hablar. Qué vergüenza pasé anoche. Tuve que venir en taxi porque tú no estabas en condiciones para conducir y…

—Ha venido Annie —dijo George levantando la voz, y sus padres esbozaron sus mejores sonrisas.

—Ah, qué bien. Adelante, querida.

Annie se quedó junto a la puerta.

—No quiero molestar. Solo deseo ver cómo está.

A Valerie le brillaban los ojos y el cansancio se reflejaba en su voz.

—Ayer por la noche tuvo una especie de bajón, pero aún no sabemos si es… si es temporal o no. ¡Esperemos que sí! Seguramente solo está agotada.

Roger chasqueó la lengua. Se abrió la puerta y apareció el doctor Max, enérgico y con la ropa arrugada, como siempre. ¿No había pasado por casa? Annie lo dudaba.

—Hola a todos.

Sus ojos se posaron un instante en Annie y el oso de peluche que tenía entre las manos.

—Me voy —anunció ella de inmediato—. Para que tengáis un poco de intimidad.

Después de lo de la noche anterior, no sabía qué decir a Max. George la cogió del brazo y se lo apretó con disimulo.

—Creo que a Polly le gustaría que estuvieras aquí, Annie.

Se quedó, aunque de mala gana. Max carraspeó mientras colgaba unas placas de rayos X de la pared.

—Veamos… Esto es un escáner de sus pulmones. ¿Veis esta manchita blanca?

Annie ya sabía qué significaban las manchitas blancas. Nada bueno. Eran el equivalente a un «oh, ¡mierda!». Significaban que Polly estaba empeorando.

—Un tumor —dijo George con un hilo de voz.

—Sí. Un tumor secundario, en el pulmón. Explica las dificultades para respirar y el dolor de espalda que Polly lleva varias semanas intentando ocultarnos —dijo, y miró a Annie, que sintió una punzada de remordimiento al recordar a Polly subida a lo alto de la escalera.



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